Vivimos en una época donde moverse implica incertidumbre, pero quedarse quieto puede ser aún más riesgoso. A través de una experiencia personal, comparto cómo enfrenté ese dilema y lo que descubrí al atreverme a avanzar, incluso cuando el miedo era parte del camino.
Hace un par de años me encontré frente a una de las decisiones más difíciles de mi carrera.
Trabajaba en una empresa de retail transnacional, en un rol que me había permitido crecer, aprender y colaborar con personas brillantes. Sin embargo, poco a poco empecé a sentir que algo dentro de mí se estaba apagando.
Mi trabajo se había vuelto más predecible, más enfocado en el negocio que en el propósito. Y aunque seguía haciendo cosas “importantes”, había dejado de sentirme creativa y apasionada por lo que hacía.
Empecé a sopesar la posibilidad de moverme, de dejar la seguridad que ese trabajo me ofrecía para buscar algo nuevo. Pero el miedo a dar un paso fuera del camino “correcto” y perder lo que había construido me paralizó.
Con el tiempo, entendí algo esencial: quedarme donde estaba también era una forma de perder.
Quedarme quieta significaba renunciar, poco a poco, a mi curiosidad, a mi energía creativa, a esa capacidad de imaginar cosas nuevas que siempre me había definido. Y entonces apareció una pregunta que lo cambió todo:
“¿Qué me da más miedo: cambiar o dejar de ser yo misma?”
Esa pregunta fue el punto de partida para tomar una decisión más consciente. En ese proceso descubrí tres pasos que me ayudaron a dar el salto con claridad y propósito:
1. Detenerse
Tomate un momento para reconectar con lo que realmente quieres.
Preguntarte: ¿por qué hago lo que hago?¿qué quiero lograr con esto?, ¿en qué medida estoy avanzando hacia lo que me importa?
2. Revisar las opciones
Explora los caminos posibles y analizar qué aporta cada uno a lo que quieres construir.
¿Qué ganarías y qué perderías en cada ruta?
Entiéndelo con honestidad ayuda a elegir desde la conciencia, no desde el miedo.
3. Conectar con una visión
Imagina quién quieres ser en el futuro.
Pregúntate cómo lo que haces hoy puede transformarse en algo que te acerque a esa versión de ti.
No se trata de tener certezas, sino de conectar con una visión que te inspire a moverte.
La decisión no fue fácil. El cambio nunca lo es.
Hubo incertidumbre, dudas y momentos en los que me cuestioné si había hecho lo correcto.
Pero también hubo una sensación profunda de libertad, de expansión, de volver a respirar.
Elegí seguir mi intuición y regresar a mi esencia, renunciando a la seguridad (o lo que creía que era seguro) para reencontrarme con aquello que siempre me ha movido: crear estrategias más humanas, procesos más creativos y colaborar con organizaciones más conscientes.
Hoy, mirando hacia atrás, entiendo que el miedo no desaparece: simplemente cambia de lugar.
No se trata de eliminarlo, sino de usarlo como brújula.
El miedo al cambio nos protege, pero el miedo a no avanzar nos paraliza.
La diferencia está en cuál de los dos dejamos que guíe nuestras decisiones.
Ahora me siento más fiel a mí misma. Volví a hacer las paces con mi ser creativo y a reconectar con mi propósito.
Tengo más ganas de aprender, de seguir creando productos, servicios y estrategias que aporten algo significativo al mundo y me hagan sentir viva.
Desde hace año y medio trabajo en una empresa en otro país, rodeada de personas inmensamente creativas, con quienes tengo la oportunidad de diseñar cambios no solo para los usuarios, sino también para las personas con las que colaboro.
He encontrado el balance entre hacer lo que amo, aprender cada día y mantener viva la emoción por lo que viene.